Daniel Grao se volvió popular con Amistades peligrosas y Sin tetas no hay paraíso, pero arrasó con el papel de Jorge Vega en Acusados. También se convirtió en el malvado Valazaar en Ángel o demonio y en el tan malvado como débil esposo de Blanca Suárez en La sonata del silencio, pero no se despeinó cuando interpretaba al banquero de moda, Mario Conde. Después de convertirse en un chico Almodóvar con Julieta, ahora es Bernat, en La catedral del mar, el best seller de Ildefonso Falcones, que ha llegado a televisión.

La historia tiene en el templo de Santa María del Mar su gran protagonista. Se desarrolla en el siglo XIV y en una ciudad, Barcelona, que por entonces pertenece a la Corona de Aragón. Durante los más de sesenta años que abarca la narración, la serie muestra la ciudad y su atmósfera en todos sus ambientes; desde la Barcelona sucia y mugrienta, donde la ratas se mezclan con las personas, hasta esa Barcelona más cosmopolita, la de los palacios de la Calle Montcada y alrededores. Daniel Grao es Bernat. Pertenece a los Estanyol, que han vivido y trabajado las tierras del señor de Bellera como payeses durante varias generaciones. De ellos ha heredado el lunar junto al ojo, marca de la familia y el ser un hombre digno y respetado por todos. Soltero de oro de la comarca, su vida se trunca el que iba a ser el día más feliz de su vida: su boda. Porque el abuso de su señor feudal con el derecho de pernada de la que acaba de convertirse en su mujer, cambia su destino.

¿Se ha comparado La catedral del mar con Juego de tronos en plan superproducción televisiva?
Pues no tienen nada que ver los medios con los que hemos trabajado aquí y, sin embargo, los resultados son muy buenos. Para una batalla en Juego de tronos se tiran 24 días. La nuestra se rodó en dos.

En el casting de esta serie te presentaste a las pruebas para más de un personaje…
Sí, es cierto, pero sin haber leído la novela, cuando acabó el casting me dije que el personaje que de verdad quería hacer era Bernat Estanyol, aunque sólo participo de lleno en los primeros capítulos. Creo que es por el sentimiento de paternidad, porque mi vida personal está centrada en ese sentimiento. Y la historia de Bernat gira alrededor de su hijo.

¿Por qué es tan sumiso Bernat?
El camino que él recorre parte de esta humildad. Es un campesino que no le queda otra que agachar la cabeza ante las normas implacables de la época, como el derecho de pernada del señor, que hoy en día sería inimaginable. Él está acostumbrado a claudicar, pero sufre un gran cambio cuando se convierte en padre y ve que esas injusticias pueden ir contra su hijo.

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Y acaba siendo un rebelde.
Sí y hasta acaba amotinándose contra el sistema. Le cuesta la vida pero inculca esos valores en su hijo, para que éste sea el hombre libre que él no pudo ser. Luchará hasta la muerte por defender la justicia y la libertad.

¿Le admiras?
Sí, por su integridad y su honestidad. Me parece admirable.

En el rodaje de la serie trabajaste con varios bebés distintos, que hacían de tu hijo Arnau de pequeño…
Sí, porque rodamos en distintas ciudades y los bebés son muy frágiles y no pueden estar mucho tiempo de rodaje. Ahí es donde salió a relucir mi vena paterna de verdad. Pasaron muchos bebés por mis manos y la jefa de dirección se quedaba embobada viendo cómo se quedaban dormidos en mis brazos. Imagino que era la seguridad a la hora de cogerlos, porque ya te lo sabes (risas).

Siempre has sido un hombre discreto a la hora de hablar de tu familia, pero sabemos que te cuesta separarte de tus dos hijos para irte de rodaje.
Sí. Cuesta separarte de tu familia y, sobre todo, le cuesta mucho a quien se queda en casa con los niños. Mi hijo pequeño (4 años) es muy pequeño aún, pero ni él ni el mayor (9 años) se acostumbran a que me tenga que ir de casa. Y yo gozo estando con ellos. La paternidad te cambia la escala de valores.

¿Tus hijos se parecen entre sí?
Mucho. El mayor tiene un coco privilegiado y te rebate todo con argumentos. Es muy conversador y no le puedes dar gato por liebre. Lo cierto es que en casa hago el papel de poli bueno; me gusta más eso que poner los límites (risas).

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Volviendo a la serie, Bernart reacciona muy calmo cuando el señor feudal se lleva a su mujer.
Es una de las secuencias que más me costó hacer y se lo dije al director. Parece que Bernat no tiene sangre en las venas cuando el señor usa el derecho de pernada con mi mujer el día de nuestra boda. A mí me salía intentar parar los pies al señor de una manera brusca, pero justamente me contestó el director que esa gente estaba acostumbrada a eso, sabía que era así, aunque en la historia, se planta por su hijo y dice: ¡hasta aquí!

¿Qué papel juegan las mujeres en el 1.300?
Cuando se desarrolla la historia, las mujeres eran seres inferiores, de segunda y eso se refleja en la novela y en la serie. Afortunadamente vamos evolucionando, lento, pero vamos adelante.

¿Te gustaría viajar a esa época si pudieras?
Un ratito nada más. Y de señor feudal (risas).

Estrenaste la obra “Los universos paralelos”, también centrada en el dolor por la pérdida de un hijo.
Esa obra de David Lindsay-Abaire, es una bella y emocionante historia sobre cómo los miembros de una familia –mi mujer es Malena Alterio- se enfrentan a la pérdida y al dolor. Cómo intentan reconducir su vida tras la muerte de su hijo pequeño. La verdad es que no me puedo plantear un dolor más terrible que la pérdida de un hijo.

Entre tus nuevos proyectos tienes la serie Gigantes para Movistar.
En Gigantes somos tres hermanos (Isak Férriz es el hermano mayor, yo soy Tomás y Carlos Librado es el pequeño), sin madre y criados por un padre salvaje, Abraham Guerrero, interpretado por José Coronado. El negocio familiar es el tráfico de droga. Los tres hermanos están muy unidos a veces y otras, se quieren matar porque han sido educados para ser gigantes (de ahí el título) y para devorar al otro si hace falta.

José Coronado se convierte en un monstruo más que en un padre, ¿verdad?
Sí. Un monstruo que promueve la violencia y la competición entre los hermanos, hasta el punto que llega a destrozarnos sólo para que aprendamos a sobrevivir. Es un retrato de la devastación moral de esa familia. Hemos rodado en sitios tan extremos como en las chabolas en los alrededores de Madrid o en sitios tan castizos como El Rastro.

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En septiembre estrenas la película Animales sin collar, de Jota Linares y estás haciendo El árbol de la sangre, del director Julio Medem.
¡Es una película preciosa! Me recuerda al Medem de su primera época, con la película Vacas o Los amantes del círculo pola”.

¿Tienes alguna película fetiche a lo largo de tu vida?
Pues sí. The Dreamers, de Bertolucci. Ahí están el despertar sexual, el erotismo, todo eso...

En tu página web empiezas tu biografía hablando de tus recuerdos…
Sí. Me acuerdo de ir a la bodega de mi barrio en Sabadell a devolver los "cascos" de las Fantas. Y del olor a mandarina de mi infancia y de la amenaza constante de mi madre al sacar la zapatilla… También de poner una y otra vez Brothers in arm, de Dire Straits, en un radiocasete. La verdad es que soy un nostálgico.

¿Cómo le dijiste a tu madre que ibas a trabajar de 'stripper'?
No fui a buscar ese trabajo. Fue una casualidad cuando tenía 18 años. Trabajaba de actor infiltrado en despedidas de soltera y compartía camerino con los “strippers”, hasta que el dueño del negocio me ofreció desnudarme cobrando mucho más que de actor y lo hice durante una temporada.

Y seguiste de gogó.
Me agobié un poco con lo de 'stripper' y lo dejé para convertirme en gogó (risas). Pero antes ya bailaba como un loco. Creo que tenía un exceso de energías que tenían que salir por algún lado.

¿Por qué afirmas que el cine te salvó?
Porque en una época, mi vida iba a la deriva. Vivía una etapa familiar complicada y gracias a un profesor de Literatura que tuve y que estaba en el taller del grupo de teatro La Mandrágora, conocí la interpretación y eso me ha ido reconciliando con la vida.

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¿Cómo se lleva ser chico Almodóvar?
Tengo un recuerdo maravilloso de él. Al principio lo viví con miedo, pero él tiene sentido del humor, es cariñoso y, en lo creativo, un genio. A nosotros, los actores, nos toca dejarnos llevar, ser dúctiles y permeables.

¿Eres maniático?
Soy un poco adicto a mi trabajo, un poco obsesivo y muy tímido. Y me cuesta decir no.

¿Y un actor atormentado?
Si algo he aprendido en estos años es que un actor feliz y cómodo es mucho más útil que un hombre atormentado. Hay técnicas basadas en el dolor, pero creo que están mal explicadas y mal entendidas. Para mí, la interpretación es terapéutica.

¿Te consideras un galán?
No lo soy para nada. Lo que busco en un personaje es que sea verdadero, que me ayude a crecer, no convertirme en un tío buenorro (risas).

¿Tienes un lema en la vida?
Más que un lema es una forma de funcionar. Siempre hay una manera de conseguir lo que quieres. No soy conformista. Creo poco en el azar.

¿Algún consejo para los actores que están empezando?
Que encuentren su manera, que persistan y que apuesten por su manera de hacer las cosas. Cada uno aporta su sello personal. El talento, la suerte, el trabajo…todo va unido, pero hay que trabajarse el terreno personal.