Licenciado en Humanidades e Interpretación, es políglota –habla castellano, catalán, inglés y francés–. En La Catedral del Mar se convierte en Joan, un huérfano que a los nueve años es adoptado por Bernart (Daniel Grao) tras la muerte de su madre. Desde entonces se ha criado con Arnau (Aitor Luna), a quien considera un hermano. Su gran inteligencia le abre las puertas de la iglesia, lo que le permite estudiar y se convierte en un monje dominico.

Joan es un monje fanático…
Sí, su moral rígida le lleva al extremo en su comportamiento, llegando casi al fanatismo. Es fiel a sus principios y a su fe y su estricta moralidad y religiosidad le llevan a hacer daño a quien más quiere, a Arnau. Pero luego tiene sentimiento de culpa e intenta salvarle.

Los dominicos comenzaron la Inquisición…
Y fueron muy intransigentes. Por eso Joan quiere encaminar a su hermano por la vía correcta. No quiere hacerle daño pero quiere que Arnau haga las cosas que debe hacer.

¿Coincides con tu personaje en algo?
No. Él tiene una moral muy férrea y yo soy muy relajado. Él es un estudioso y yo no; sólo hago lo que me gusta. Tal vez en lo único que coincidimos es en la obsesión; tengo un carácter un poco obsesivo, sin llegar a ser patológico. Pero reconozco que me gustan ese tipo de personajes turbios que te hacen introspeccionar el alma humana.

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¿Habías leído la novela?
Leí las tres cuartas partes de la novela, me mude de casa y el libro quedó debajo de ocho cajas, así que terminé de leerlo con el guión de la serie, es un poco cutre pero es la verdad.

¿Decepciona la serie respecto al libro?
No va a llover a gusto de todos, pero hemos hecho un buen trabajo de adaptación. A la hora de trasladar una novela a la televisión hay que traducirla al lenguaje audiovisual. Un libro apela a la imaginación del lector, que es el que acaba construyendo su mundo en su cabeza, con unas imágenes. En televisión tienes que tomar partido, esencializar, adaptar, copiar ciertas cosas y potenciar otras para conseguir el mismo resultado.

¿Se ha huido del documental histórico?
Sí, sobre todo fomentando el aspecto humano de la historia. Ahí es donde nos hemos centrado.

Santa María del Mar no te deja indiferente.
Y menos a mí, que soy de Barcelona. Es uno de los lugares mágicos de la ciudad. La hemos visto sin bancos ni nada, todo vacío, diáfano y es increíble.

¿Te gustaría viajar a esa época?
La verdad es que no. Era una época muy cruel, con unos arquetipos difíciles de entender hoy en día.

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¿Cómo has llevado lo de montar en burro?
Difícil, difícil (risas). He tenido muchas anécdotas porque un burro no es un caballo; es más lento, más torpe…

¿Te asusta la popularidad de la tele?
No. Quizás porque ya es algo que he superado. No me asusta la popularidad, lo que me preocupa es hallar buenos roles, personajes donde realmente pueda aportar algo. En televisión como en teatro, lo que busco son buenos papeles. De un tiempo a esta parte, los productos están cada vez mejor diseñados y más pensados. Se da cada vez más valor al guión.

Sueles interpretar personajes muy oscuros. Te recuerdo también como monje en la película Del amor y otros demonios. ¿Para cuándo una comedia?
No lo sé, pero me gustaría desarrollar más mi vis cómica. En una comedia sobria, de esas que no sabes bien si tienes que reír o llorar.

¿Tú eres un hombre serio?
¡Qué va! Me considero un hombre muy divertido; me gustan mucho las bromas. De hecho, como la historia de “La catedral del mar” es tan tremenda, Aitor Luna y yo siempre hacíamos broma y cachondeo para oxigenarnos.

¿Has disfrutado a las órdenes del director, Jordi Frades?
Sí. Es un hombre emotivo, casi casi como un papá para nosotros y nos ha hecho sentir muy bien a los actores.

¿Qué tal te sientes en la piel de Calígula en el teatro?
Estoy de gira teatral con esta obra de Albert Camús, dirigida por Mario Gas. Otro personaje duro pero muy bonito. Es un hombre desesperado después de la muerte de su amor-hermana, una relación incestuosa. Vive un fuerte desengaño respecto al ser humano y al mundo y se enfada. Es uno de estos papeles que son referentes en el teatro moderno y, como tal, da un poco de miedo, de vértigo.

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¿Todos tenemos algo de Calígula?
Sí. Todos vivimos en permanente contradicción y experimentamos el absurdo. Calígula es un gran reto. He intentado quererle un poco. La idea es entenderle y, sobre todo, que se le entienda. Los grandes papeles formulan grandes preguntas que has de responder y que a todos nos tocan. En este caso son preguntas que aún no tienen respuestas.

¿Sigue habiendo muertos de primera y de segunda categoría, tal y como plantea la obra?
Seguimos preocupándonos más de los muertos en un atentado aquí que de aquellos que mueren en el Mediterráneo cuando todos son iguales, y todos dejan familias. Calígula habla de todo eso, de esa conciencia de la falsedad moral con la que vivimos; de ahí su vigencia.

¿Qué director es el que más te ha sorprendido a lo largo de tu carrera?
Andrés Lima. Es un genio del teatro, un gran director y al mismo tiempo es muy intrépido, muy temerario. Como actor hizo que me arriesgara y sin tener miedo. Y el director que tengo en Calígula, Mario Gas, fue mi primer maestro. Con Mario me lanzo a ciegas: sus montajes están siempre bien acabados, bien servidos. Tiene mucha experiencia y mano izquierda.

¿Qué aficiones tienes?
Sobre todo me gusta nadar cada día porque me pone a tono y me relaja y me calma la ansiedad. También soy muy cinéfilo, pero no me interesan las películas hollywoodienses muy maniqueas que me indican lo que tengo que pensar. Disfruto con la música de Silvia Pérez Cruz, una cantante a la que admiro y con la de Radio Head y Nirvana. De pequeño era fan de U2 y de Bruce Springsteen…Antes de ser actor, cantaba en una banda de 'rythm&blues'.

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De pequeño practicaste rugby. ¿Lo dejaste?
Sí. Estuve desde los siete a los 19 años. Llegué a la Selección Española de Rugby, pero lo dejé por el teatro. Me dio disciplina, que me ha ido muy bien para la actuación; la organización es buena porque te estructura el cerebro.

Cuando eras jovencito también trabajaste de camarero en el teatro Victoria de Barcelona.
Ya sabes que es la segunda profesión de los actores (risas). Ya estaba estudiando teatro, pero necesitaba trabajar y me acogieron muy bien durante dos o tres años que estuve allí. Y además me colaba a ver las funciones.

¿Cocinillas?
Soy patético cocinando. Si por mí fuera sólo comería latas de atún o pasta. Mi pareja me pega broncas cada dos por tres e intentamos llegar a un acuerdo y variar la dieta. Eso sí, me gusta mucho comer.

Hace poco te has convertido en padre.
Sí. Tengo un pequeñín que nació justo en el último día de rodaje de la serie Pulsaciones; desde entonces, mi tiempo libre se lo dedico a mi familia, a mi pareja y a mi hijo.

¿Eres buen padre?
No lo sé. Yo tenía ganas de ser padre, pero cuando llegó mi hijo me asusté un poco, tanto como me alegré. Es una sensación rara, muy fuerte. Pero cuando nació tuve clarísimo que eso es la vida, aunque dormimos poco.

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¿Quién te apoyó en tus inicios teatrales?
Mis padres y mi hermano me han apoyado muchísimo. No sabía dónde meterme ni qué hacer porque siempre me había gustado la literatura, la filosofía, cantaba en grupos de música…

¿Alguna manía?
Más bien rutinas. Por ejemplo, en teatro tiendo a hacer la misma pauta cada día, para calentar, para estirar…antes de empezar la obra.