En las casi cuatro décadas que lleva en la profesión, Diana Quijano ha dado vida a inolvidables ersonajes como la malvada Lulú de Prisionera o la sensual Camila de Victoria. Emprendedora y superviviente, a sus 55 años ha superado una época de vacas flacas que le hizo recuperar una de sus pasiones: la cocina. Hablamos con ella en México, donde ha grabado la telenovela La hija pródiga.

¿Por qué decidiste regresar?

Mi situación cambió. Me fui hace dos años sobre todo para que mi hija, Samikai, estudiara en Lima y se sintiera peruana. Al terminar el colegio, quiso continuar su formación en Estados Unidos y me fui con ella, pero no encontraba trabajo. Caí incluso en una depresión porque mi perro murió atropellado, y pensé que así no volvía a mi país, así que vine a México.

¿No salían proyectos?

Apenas se producía en Miami y me puse a buscar otro empleo, aunque no tuviera que ver con mi profesión. Estuve cinco meses de cocinera.

¿Cómo recalaste ahí?

Estudié cocina en mi país, aunque nunca ejercí y un amigo que tiene un restaurante me dijo que necesitaba camareros. Sin embargo, acabé entre fogones, que es donde menos cobras y más te estresas (risas) porque das de comer a trescientas personas.

¿De qué te ocupabas?

De las ensaladas y los postres, era la ayudante de un tipo que estaba furioso por mi falta de experiencia. Pero en lugar de sentirme menospreciada, aprendía rápido. A las dos semanas, ya era la jefa de mañana y él de noche.

¿Cuándo lo dejaste?

Después de que mi hija se acomodase en la Universidad de Florida, era como el proceso de destete. Tenía que asegurarme de que se encontraba bien. Quiere licenciarse en Lingüística y Psicología.

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¿Te reconocían en el local?

No, porque se me veía poco y llevaba uniforme. Conocí a gente con la que jamás pensé toparme, xpresidiarios, hombres que estaban n libertad pero que las autoridades controlaban con brazalete… Era un ambiente duro. A veces llegaba a casa, me ponía a llorar y me preguntaba: ¿qué hago aquí? Y el sueldo ni siquiera llegaba al uno por ciento de lo que me pagaban en televisión.

¿Esta experiencia te hizo ser más consciente de la realidad?

Siempre he tenido los pies en la tierra, sé lo que es pasar temporadas sin trabajo. Mi época dorada fue en Colombia, enlazaba proyectos. Estuve allí entre los 38 y los 47 años. Ahora tengo 55, y a esta edad hay menos papeles y más competencia. A mí eso no me asusta. Además, mi hija dice que quiere vivir en Corea y que iré con ella para cuidar a sus hijos. Me encanta la idea de ser una abuela chocha. De momento estoy bien en este país buscando oportunidades.

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La primera ya te llegó…

Sí, fue un reto grabar La hija pródiga porque hacía de alcohólica y drogadicta y en México estos temas son casi tabú. Debía conseguir que el público entendiera que mi personaje tenía esos problemas sin que se me viera beber ni ingerir sustancias.

¿Qué tal los compañeros?

Muy bien, yo era la esposa de Rogelio, a quien da vida Alejandro Camacho, un millonario que me deja por su secretaria (Aura Cristina Geithner). Cuando lo vi por primera vez tuve la impresión de que era un galán distante. Después me di cuenta de que se trataba de una barrera para que la gente no se le acercara. Nos hicimos muy amigos. Todo el equipo fue maravilloso, y me reencontré con Christian de la Campa, que fue mi amante en Tierra de Reyes.