A pesar de que ya es libre, Sebastián es consciente de que no puede hacer público su amor por Juana Victoria para mantener el honor de su familia y le pregunta si está dispuesta retomar su relación en secreto. “Lo que sea con tal de estar a tu lado”, responde ella feliz. Acto seguido, disfrutan de una romántica velada en un yate.

Sin embargo, a la mañana siguiente el joven comparte sus inseguridades con Jerome: “Tarde o temprano perderé a Juana Victoria. Jamás vamos a poder formar una familia y no sabes lo que me duele. Sin ella no podría vivir, es la mujer de mi vida”.

Leonora escucha la conversación y decide citar a los vecinos en la plaza de pueblo. “Juan Oropeza no es el padre de mi hijo. Es Jerome”, revela con valor. Sin dudar, el francés sale en su defensa: “No tuvimos relaciones. Fue concebido a través de una inseminación artificial”. De igual manera actúa Sebastián y se la lleva para evitar que siga escuchando los insultos de los presentes. Eso sí, antes le agradece por lo que acaba de hacer. “Te quiero tanto, hijo. No podía permitir que sufrieras más”, afirma la señora.

Juan, por su parte, se siente engañado y llora desconsolado. Juana Victoria y Sebastián intentan explicarle el motivo: “Solo buscaba nuestra felicidad. Estamos enamorados desde que nos conocimos”. Pero en lugar de mejorar la situación solo consiguen empeorarla al contar que Xavi, las Juanas, Margarita y Fernando estaban al tanto de todo.

Una vez que tiene todo preparado para huir, Darío sale de la cabaña donde se ha estado escondiendo y viaja a Sinaloa. Cuando llega, se cuela disfrazado de enfermero en la clínica psiquiátrica donde está ingresada Estefanía. “Vine a por ti para que nos vayamos a Europa. Allí seremos muy felices”, dice a su hija.

Más tarde, ambos se dirigen a un descampado y cuando están a punto de coger un helicóptero, comienzan a oírse sirenas de coches de policía. “¡No puede ser! Me traicionaste”, recrimina a su hija. De inmediato, abre fuego y junto a sus secuaces logra huir.

Con el paso de los días, el enfado de Juan no disminuye y toma una drástica decisión. “Quiero el divorcio”, anuncia a Leonora. Desesperada y entre sollozos, intenta explicarse: “Tú estabas tan ilusionado con ser papá… Lo intentamos de todas las maneras, pero no se daba y eso nos estaba separando como pareja”. Además, le ruega que recapacite: “Eres muy injusto. Me fuiste infiel cuatro veces y yo sí te perdoné”.

Las ansías de Darío de venganza son tantas que secuestra a los tres hijos de María, una de las sirvientas de la casa Oropeza, para que le pase información. Así se entera de que dos de las Juanas se van a casar y les manda una nota: “Mi regalo más especial llegará durante la fiesta”. Carla, al enterarse, les pone vigilancia.

En una ceremonia conjunta oficiada por el padre Antonio, Juana Soledad y Juana Inés dan el “sí, quiero” a Octavio y Mauricio, respectivamente. Luego se trasladan a la mansión para celebrar el banquete y disfrutan bailando con sus seres queridos sin saber que el pérfido Iriarte ha ordenado a María poner un líquido en una de las copas de champán.

En un momento dado, las Juanas reúnen a las solteras para lanzar sus ramos y Juana Victoria consigue uno, pero justo en ese momento se desmaya. De inmediato, tratan de auxiliarla, pero no tiene pulso y todos lloran sin consuelo creyendo que ha muerto.