Cuando Motoa lo interroga sobre las muertes de Valencia y Correa después de la charla que mantuvo con Mauricio Restrepo, Escobar se molesta: “Claro que no los maté. Y ese tipo debería mantener la boca cerrada y dejarse de insinuaciones porque sé que quiere librarse de mí”.

Después del tenso encuentro, el patrón telefonea a Gildardo para hablar sobre los socios de quienes le libró, pero acaban discutiendo y no llegan a ningún acuerdo lo que desata la ira del primero.

Acto seguido, Pablo organiza una reunión de urgencia con todos sus aliados, a los que comunica la necesidad de acabar con Mauricio y declarar la guerra al cartel de Cali.

La reacción de Gildardo no se hace esperar y tras hablar con Gerardo Carrera se reúne con Santorini. Con él urdirá un plan para luchar contra su enemigo.

Escobar también tiene problemas con su hijo Pablo: no podrá ingresar en el colegio que desea debido a la oposición de uno de los padres. El narco pretende solucionarlo igual que los conflictos en sus negocios. “Hay que matar a ese tipo”, asegura a Gonzalo, pero su primo lo convence para que busque una alternativa pacífica y, de paso, ofender a los poderosos.

Mauricio viaja a Panamá y Caín y Marino lo siguen para eliminarlo. Aunque los recibe a tiros en su casa, no logra librarse de ellos pero les da un mensaje muy claro para que se lo transmitan a su jefe: “Si me deja en paz, no moveré un dedo. Pero si vuelve a atentar contra mí, iré a por su esposa y sus hijos”. Como desconfía, acto seguido contacta con el cartel de Gildardo y les informa de que la familia del patrón se hospeda en la hacienda Mónaco.

En Colombia, la ciudad de Cali se convierte en un infierno. Chili, Kiko y Topo colocan tres bombas en locales del narco que hacen estallar al mismo tiempo. Entre las víctimas, cae Piña, el escolta de uno de los socios del cartel. Mientras, Motoa es arrestado en Bogotá pero no por narcotraficante así que no será extraditado.

Tras comprar a su hijo Emilio una colección de coches clásicos que enfada a Patico, Pablo se entera de que Marino y Yesenia, su antigua amante, son novios y le pide cuentas. Él confiesa que ama a la chica y el patrón, que se siente traicionado, le explica cuál es su situación mientras lo ata a una silla: “Tú o ella, elige. Uno de los dos debe morir”.