Pese a las numerosas amenazas del cartel de Medellín y la preocupación de su familia, el coronel Quintana sigue en la ciudad para tratar de acabar con el narcotráfico, pero su lucha está a punto de terminar.

Una tarde que Pineda, su chófer, lo lleva a su despacho se sorprende cuando este se baja del automóvil asegurándole que lo lamenta pero que no le quedó otro remedio. Acto seguido, Chili y Topo lo cosen a balazos.

Los medios de comunicación enseguida se hacen eco del asesinato. Mientras la nación escucha la noticia conmocionada, Pineda se sincera con su esposa: “Yo soy el culpable, me dijeron que era él o mi familia”. Sin embargo, es al general Ulloa a quien culpa el hijo del fallecido: “Usted sabía que esto iba a ocurrir y no hizo nada por impedirlo aunque se lo pidió”.

Tras la exitosa operación, Escobar prepara su mayor golpe: matar a Luis Carlos Galán en Soacha, el barrio de Bogotá donde va a dar un mitin. “El diálogo con el Gobierno no ha servido para nada, iremos contra sus líderes y la gente de la calle para que sepan ante quién deben arrodillarse”, explica a Gonzalo, que está preocupado por las consecuencias del plan.

Horas antes del mitin, Galán sospecha de su jefe de seguridad porque lo nota nervioso y le pregunta si cree que debe cancelar el evento. El hombre, pagado por Escobar, le responde que no.

Llega el momento y una multitud entusiasmada recibe al candidato presidencial en la plaza de Soacha. Apenas sube a la tarima, un sicario surge entre el público y le dispara. El político es traslado de inmediato al hospital Kennedy, donde los médicos tratan de salvarlo sin éxito. Indignado con el crimen, el presidente de la República exige al general Ulloa medidas definitivas contra Escobar.

Nervioso por el rumbo de los acontecimientos, Fabio discute con Pablo, su cuñado: “Este es tu final y el de todos nosotros”.