En una noche de tormenta, Prudencia se pone de parto y nace la bella Marina aparentemente sin vida. Horas antes, Damiana, la partera del
pueblo, atendió otro alumbramiento de un niño sano. Desafortunadamente fue la madre quien no sobrevivió.

Don Luis, el esposo de Prudencia, vive empeñado en tener un varón por lo que le advierte a cada momento que de no ser así, la dejará por otra que sí le pueda dar un heredero que conserve su apellido. Al saber que su protegida no podrá volver a quedarse embarazada, Angustias convence a Damiana de que hagan pasar al bebé que quedó huérfano por el legítimo hijo de Ocaranza. Es así como Alberto crece con todos los lujos y viaja al extranjero para estudiar la carrera de Medicina.

Marina, por su parte, sobrevive milagrosamente, pero no puede ver. Aun así, crece feliz rodeada de naturaleza y al lado de Damiana, quien la cría como si fuera su hija.

Con el paso de los años, se convierte en una joven noble e independiente que se ha ganado a los vecinos, entre ellos, al doctor Isauro. Fascinado por su belleza, no solo decide tomarla bajo su tutela y cultivarla sino que arriesga su vida al ver que la choza de Damiana arde en llamas.

Por suerte, consigue sacar a la chica sana y salva, pero él queda desfigurado y, a partir de ese momento, se convierte en un hombre resentido y egoísta.

Una vez que Alberto ha terminado sus estudios, los Ocaranza regresan al pueblo y se instalan en La Añoranza. Durante un paseo por sus tierras, el joven tiene un brusco encontronazo con Marina y queda flechado.

Mientras don Luis ofrece a Damiana dinero como agradecimiento por haber traído al mundo a su hijo, Prudencia se desahoga con Angustias.

Alberto se muestra muy interesado en Marina y la invita a una fiesta que va a celebrar en su hacienda. Ella aparece radiante y el médico le pide que baile con él sin importarle que allí también esté su novia, Vanessa.

Al acercar sus cuerpos, entre los jóvenes se produce una atracción especial.