Las declaraciones de sor Alicia desvelando la auténtica identidad de Victoria y su pasado en España no gustan a Nicolás que, delante de su madre, asfixia a la monja. Doña Adela descubre también el cadáver de la auténtica marquesa de Bracamonte en la sacristía y, aterrada, acepta ayudar a su hijo a buscar una coartada para inculpar al padre Octavio de ambos asesinatos.

Por desgracia, hay varias personas que vieron al sacerdote salir de la iglesia a toda prisa y las sospechas recaen sobre él. Asustado, el anciano huye de Santa Marta con intención de ocultarse en la selva, pero allí es retenido por el grupo de esclavos huidos, encabezado por Trinidad y Miguel.

Siguiendo su plan de venganza contra su mujer y sin contarle que ya sabe quién es, Parreño la obliga a tener relaciones con él con la excusa de engendrar un hijo que herede sus posesiones. Sin embargo, este modo de actuar no es del agrado de doña Adela que prefiere acabar con la vida de la joven.

Los asiduos y furtivos encuentros entre madre e hijo y su extraño comportamiento dentro de la casa pronto levantan las sospechas de Victoria y Milagros.

A la complicada situación que se vive en El Edén se une una plaga de langosta que afecta a los cultivos y un masivo envenenamiento de los esclavos que trabajan en las plantaciones.

Nicolás aprovecha la situación para preguntar a Victoria detalles muy concretos sobre sus padres y hermanos en España y le pide que escriba una carta contándoles lo maravillosa que es la vida en Santa Marta e invitándolos a visitarlos. “También te agradecería que les pidieses ayuda económica para hacer frente a los gastos que nos está suponiendo esta inoportuna plaga”, ‘sugiere’ a su esposa.

Poco después, el hacendado despide a Julián como capataz y este se instala en la pensión de los hermanos Pimentel.